La base social del PSOE ha estado siempre entre los sectores más modestos de nuestra sociedad. No quiero decir que se trate exactamente de personas pobres, pero sí de ciudadanos humildes, de a pie, muy alejados de los círculos de las élites que ostentan el poder político o económico. Me da igual que nos refiramos a ellos como obreros, campesinos o clases medias: se trata, como digo, de un sector de la población muy fiel al Partido Socialista Obrero Español, con el que se sienten identificados en la defensa de unos valores de solidaridad, progreso y justicia social que entienden como propios.
Algo que refleja muy bien el cartel de la campaña electoral de 1977, y que conocemos los que hemos militado en agrupaciones de barrio o de pueblos, donde el entusiasmo de taxistas, obreros de la construcción, pequeños comerciantes, maestros... sacaban adelante las campañas electorales y hacían posible que los socialistas gobernaran pueblos, ciudades e incluso España.
Una base social muy alejada de los socialistas de nuevo cuño que llegan a las agrupaciones con zapatos italianos y trajes cortados a medida, a bordo de automóviles de alta gama. De esos socialistas que no se han pateado las calles, cubo y escoba en mano, para pegar carteles. Que nunca han vivido lo que se siente tras una derrota electoral en su taxi, en la obra, en su comercio...
Esa base social de los modestos que está desapareciendo de nuestras agrupaciones por cuestión generacional y cuya pérdida puede ayudarnos a explicar por qué en algunas plazas la victoria se ha ido alejando elección tras elección de las candidaturas socialistas.