La tan manida superioridad moral de la izquierda pudo explicar, durante mucho tiempo, el éxito de los movimientos progresistas entre un determinado tipo de electorado: personas de origen humilde, trabajadoras, cuya única riqueza era su integridad personal y que agradecían la existencia de movimientos políticos y sociales que se acercaran a su realidad, la entendieran y lucharan por su mejora.
Paradójicamente, la "superioridad" moral de la izquierda, y ahora entre comillas, es hoy en día la causante de la desafección de parte del electorado tradicionalmente de izquierdas e, indirectamente, del auge de ciertas posturas situadas en la derecha más extrema de nuestro espectro político.
Esta "superioridad" moral de una izquierda urbana, laica, verde, en cuyas filas abundan funcionarios y empleados con cierta seguridad laboral, desprecia costumbres, tradiciones, creencias, oficios... sin hacer nada por intentar comprender su razón de ser.
De este modo, se rechaza la caza; se olvida a amplios sectores de creyentes que tradicionalmente han votado izquierda; se rechaza a taxistas, pequeños comerciantes y empresarios, por representar el capital... Y tantos y tantos ejemplos que reflejan una supuesta "superioridad" que no hace sino echar en brazos de partidos extremistas a aficionados a los toros, cazadores, dueños de humildes negocios, que no entienden qué han hecho de malo para ser rechazados por este nuevo dogmatismo.
Hasta que no volvamos a entender que la auténtica superioridad es no sentirse superior a ningún otro ser humano, no volveremos a recuperar la autoridad ética y moral que ha sido siempre seña de identidad de la izquierda.